domingo, 6 de enero de 2008

Viajar al Congo

Viajar a la República del Congo puede ser una aventura muy interesante, un viaje exótico hacia uno de esos destinos desconocidos y misteriosos que nos trasladan a un mundo de novela fantástica.

Especialmente a nosotros, los occidentales, que somos gente de asfalto, ruido, humo y prisas, un país del África profunda como éste nos puede parecer, incluso después de poner los pies en él, imposible: selvas, amplias llanuras que se pierden en el horizonte, animales casi mitológicos como leones y rinocerontes, el ruido de la naturaleza, el aire irrevocablemente transparente, limpio de olor a monóxido de carbono y un ambiente cargado de costumbres y creencias milenarias.
Desde luego, cuando el atrevido viajero aterrice en el aeropuerto de Maya-Maya (Congo-Brazzaville), que no espere encontrar un país desarrollado y confortable en el sentido occidental de la palabra: las infraestructuras a que estamos acostumbrados en nuestro discurrir cotidiano más inmediato no las hay aquí; se ven pocos hospitales y escuelas, industrias menos, e incluso escasean los objetos cotidianos más usuales como libros, ceniceros o lámparas. Y es que uno, al recorrer las calles menos turísticas de las principales ciudades (Lubumbaski, Kisangani, Lusambo), se da cuenta que hay muy pocos comercios. En este desierto consumista son impensables los hipermercados o los centros comerciales. Cuando uno se va alejando del centro metropolitano e ingresa en la periferia irá siendo rodeado, apenas sin darse cuenta, por un universo de miseria: coches destartalados, calles sucias, niños descalzos, edificios de cemento con tejados de chapa, mercados callejeros de todo tipo de artículos de segunda mano, chabolas... completan el derruido paisaje urbano.

Pero para el turista es diferente. Él, verdadero generador de las divisas locales, es tratado entre algodones. Como en cualquier país pobre cuya principal fuente de ingresos (o una de las principales) es el turismo, la imagen externa, la que debe circular por el mundo para que otros repitan, se cuida hasta en los más mínimos detalles. El viajero europeo o americano es mimado, idolatrado, casi visto como un ser que tiene más derechos que los nativos, al que hay que situar lejos de la miseria, en un espacio virtual y edénico donde no faltan exquisitos manjares, palacios de ensueño, rutas del oro e incluso placeres permitidos y otros no tanto. Nada más bajar del avión hombres y mujeres se arraciman en torno al turista occidental para ofrecerle hoteles, taxis portes y toda clase de servicios inverosímiles.

Después, cuando el autobús contratado por la agencia de viajes nos traslade al hotel (sorprende que sea un Mercedes último modelo, con aire acondicionado, televisión, moqueta y asientos de perfecto tapizado, cuando casi ni existe línea pública de bus), tendremos la impresión de haber llegado al paraíso.

Los servicios más modernos se combinan con los decorados (literalmente decorados) más tradicionales y autóctonos. Resulta pintoresco tomar un ascensor de cristal en un edificio de techos de caña. Ya en el interior de la habitación el visitante novato descubre con agrado que ésta posee las mismas características que en occidente los hoteles de cinco estrellas: espacio amplio, televisión por cable, servicio de habitaciones, baño individual, camas confortables, aroma a ambientador de fresa, teléfono...; lo único que le recordará que está en África son los motivos de los cuadros, la pintura estridente de las paredes y algunas estatuas de madera con el rostro de dioses paganos y máscaras tribales. Porque los africanos son gente supersticiosa, y esta característica se palpa en las actitudes, en las maneras y en los decorados. Es imprescindible comprarse algún amuleto antes de abandonar el país, ya sea para la buena suerte, para la fertilidad, para la felicidad, el dinero…todos supuestamente bendecidos por algún brujo de alguna recóndita tribu. Por cierto, los balcones tienen vistas a parques con abundante vegetación, exuberante y profunda, como todo en esta tierra de contrastes para el turista.

Sin embargo, el verdadero encanto del lugar aún nos espera fuera de los abarrotados márgenes de las ciudades; lo realmente interesante en un viaje a cualquier país de África es hacer una excursión al continente profundo, en nuestro caso, al Congo rural de la selva y la sabana; un lugar donde se combina la vegetación más exuberante con la fauna característica de estas latitudes: leones, elefantes, cebras, rinocerontes..., con los cuales se puede tener un contacto directo en alguno de los numerosos safaris organizados que uno puede contratar a través de su agencia de viajes o en el hotel. Siempre es conveniente no acceder a este tipo de servicios por vías no oficiales, ya que éstos pueden no reunir las condiciones de seguridad exigibles en este tipo de excursiones. En todo caso, si uno decide organizar el safari por cuenta propia es aconsejable llevar chófer o guía local con el que, por supuesto, compartamos alguna lengua.

También se pueden aprovechar estas actividades para visitar alguno de los poblados rurales de la región. Entre las tribus más numerosas encontramos a los Bateke, los Bakango y los Balali en la región de Pool y los Bakemba en la región de Brazzaville, pueblos en su mayoría agricultores que practican la caza esporádicamente. Contactar con ellos es una excelente ocasión para comprobar los modos de vida más ancestrales y característicos de estos habitantes de la sabana. Si a través de su guía nativo el viajero logra entablar conversación con alguno de los lugareños, comprenderá cuan diferente es su concepción del mundo y su forma de afrontar la cotidianeidad más inmediata. No sólo se trata de costumbres propias o un modo de vida más primitivo, la subsistencia en condiciones difíciles (guerras, hambre...) unido a su apego a la naturaleza, ha impreso en estas sociedades una vinculación extremadamente marcada con su hábitat y con sus propios vecinos, resultando chocante la sociabilidad de estas personas, que prácticamente viven de puertas afuera: rituales de unión, ceremonias comunitarias, incluso sus pintorescos bailes y música sólo se pueden entender desde su necesidad de identificarse y sentirse arropados por el grupo.

Entre los lugares más apropiados para realizar un safari, cabe recomendar el parque nacional Alberto, tanto por la diversidad de su fauna, como por las especies vegetales características que allí se pueden encontrar: plantas carnívoras, orquídeas, helechos gigantes... Una última recomendación: ropa cómoda y prepararse para un viaje largo e incómodo, pues gran parte de la red comarcal de carreteras se encuentra en mal estado o por asfaltar, con lo cual la presencia de baches e irregularidades del terreno es frecuente.

También recomendamos una excursión fluvial por el río Congo, navegable en la mayor parte de su cauce, en la cual se pueden observar multitud de aves autóctonas así como un paisaje vegetal exclusivo, ya que es imposible adentrarse tanto en la selva por vía terrestre debido a su frondosidad.

Recomendaciones de interés

Salud
Es obligatoria la vacuna contra la fiebre amarilla y son recomendables las de hepatitis y tifoidea. Es además recomendable comenzar un tratamiento profiláctico contra el paludismo dos semanas antes de viajar.

Clima
La temperatura media oscila durante todo el año entre los 26 y 28º. Pluviosidad elevada como es característico de la zona ecuatorial, a la cual pertenece la cubeta congoleña. Llueve todo el año, salvo dos meses en la región comprendida entre el Congo y Ubangui, y menos hacia el sur, donde se da la estación seca ( seis meses aproximadamente). El clima ecuatorial favorece la extensión del bosque húmedo que cubre las dos orillas del río Congo y que se extiende hacia el Este, al pie de las mesetas. Al Norte se da el tipo de bosque "galería" y sabanas alternadas con bosque, a los cualles suceden, en las altas mesetas orientales, sabanas de altura.

Geografía
El Congo está constituido por varias mesetas escalonadas que van desde los 750 metros (montes de Cristal o del Mayombe) a los 2000 m. Al Este se encuentra la zona de los Grandes Lagos y el macizo del Ruwenzori (5000 m). Todo el país se encuentra atravesado por el río Congo y sus afluentes.

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