miércoles, 9 de enero de 2008

Viajar a Calanda

Calanda es una villa de la provincia de Teruel, en España, que cuenta con unos 3.500 habitantes, situada en la confluencia de los ríos Guadalope y Guadalopillo, justo cuando éstos dejan las zonas montañosas y penetran en la Tierra Baja o Bajo Aragón. De origen celtibérico, por sus tierras pasaron los romanos y los árabes, a éstos últimos se debe la canalización de riegos y conductos hidráulicos que aún hoy se disfrutan. Durante la Edad Media formó parte de la Orden de Calatrava.

No hay estudios históricos rigurosos sobre el origen del uso de los tambores en la Semana Santa de Calanda. La utilización del tambor como instrumento de celebraciones populares se relata que comenzó allá por la primavera de 1127, cuando sirvió para avisar a la población de una inminente invasión árabe. Esta tradición volvió a resurgir en 1640 como acción de gracias por lo que se ha dado en llamar el milagro de Calanda, restitución de una pierna previamente amputada a un vecino de Calanda, por intercesión de la Virgen.
Luis Buñuel, en su libro de memorias titulado "Mi último suspiro", escribe que el origen de los tambores hay que situarlo a finales del siglo XVIII. Mosén Vicente Allanegui, sacerdote calandino, afirma en el manuscrito de la "Historia de Calanda" que en 1856 se tocaba el tambor. Precisamente, este sacerdote organizó muchos de los ritos y costumbres que se celebran hoy en día, fundó la Cofradía de La Dolorosa, dio a la percusión un significado religioso y compuso el redoble de la "marcha palillera", el más bonito y peculiar de Calanda.

"Romper la hora"
LUIS BUÑUEL / MI ÚLTIMO SUSPIRO
Cuando el reloj de la Torre del Pilar inicie la cuenta de las 12, en la mañana del Viernes Santo calandino, la hora quedará rota. El sonido de los redobles se convierte en un lenguaje expresivo. A la primera campanada de las doce del reloj de la iglesia, un estruendo enorme como de un gran trueno retumba en todo el pueblo con una fuerza aplastante. Todos los tambores redoblan a la vez. Una emoción indefinible que pronto se convierte en una especie de embriaguez, se apodera de los hombres.

Pasan dos horas redoblando así y luego se forma una procesión, llamada El Pregón, que sale de la plaza principal y da la vuelta al pueblo. Va tanta gente que los últimos aún no han salido cuando los primeros ya llegan por el otro lado. En la procesión van soldados romanos con barba postiza (llamados putuntunes, palabra cuya pronunciación recuerda el ritmo del tambor), centuriones, un general romano y un personaje llamado Longinos, enfundado en una armadura, estos dos últimos se baten en duelo en un momento determinado de la procesión, haciendo los tambores un corro en torno a los dos contendientes. El general romano da media vuelta sobre sí mismo para indicar que está muerto, y entonces Longinos sella el sepulcro sobre el que debe velar.

Hacia las cinco todo ha terminado, se observa entonces un momento de silencio y los tambores vuelven a sonar para no callar hasta el día siguiente al mediodía. Los redobles se rigen por cinco o seis ritmos diferentes. Cuando dos grupos que siguen ritmos distintos se encuentran al doblar una esquina, se paran frente a frente, y entonces se produce un auténtico duelo de ritmos que puede durar una hora o más. El grupo más débil asume entonces el ritmo del más fuerte.

Los tambores, fenómeno asombroso, arrollador, cósmico, que roza el inconsciente colectivo, hace temblar el suelo bajo nuestros pies. Basta poner la mano en la pared de una casa para sentirla vibrar. La naturaleza sigue el ritmo de los tambores que se prolonga durante toda la noche. Si alguien se duerme arrullado por el fragor de los redobles, se despierta sobresaltado cuando éstos se alejan abandonándolo. Al amanecer, la membrana de los tambores se mancha de sangre: las manos sangran de tanto redoblar. A la primera campanada de las dos de la tarde, todos los tambores enmudecen hasta el año siguiente. Pero, incluso después de volver a la vida cotidiana, algunos vecinos de Calanda aún hablan a tirones, siguiendo el ritmo de los tambores dormidos.

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