miércoles, 9 de enero de 2008

Viajar a Ordesa y Monte Perdido

La provincia de Huesca se caracteriza por sus bellos parajes, cualquier estación del año es buena para perderse por sus exuberantes montañas. Los amantes de la naturaleza encuentran en esta provincia la libertad de caminar por las rutas más bellas de España y los enamorados del deporte blanco disfrutan en las mejores pistas de esquí. El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido en una visita obligada para todo aquel que busque aire fresco y belleza.

El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido conserva algunos de los más bellos paisajes de las montañas europeas, a la vez que alberga una excelente muestra de los hábitats y seres vivos típicos de los Pirineos.
Situado en la provincia de Huesca, en pleno corazón de la cordillera pirenaica, el territorio protegido abarca 15.608 hectáreas. Su orografía está dominada por el macizo del Monte Perdido. A su alrededor, entre escarpadas sierras, se abren los valles de Ordesa, Añisclo, Escuaín y Pineta. En la cara norte del macizo, a más de 3.000 metros de altura, se localizan los glaciares del Cilindro y del Monte Perdido. El agua y el hielo son los principales agentes que han modelado el paisaje de Ordesa, que cambia inusitadamente de una a otra época del año. Su belleza y espectacularidad no tienen parangón con ningún otro rincón de las montañas pirenaicas.

Alrededor del Parque Nacional se extiende un paisaje pirenaico humanizado. Los pueblos aparecen como un desafío a las fuerzas de la naturaleza que les rodean, la vida aquí depende del respeto al entorno.

Fauna
En un lugar de tan abundante y de diversa vegetación, con cursos de agua muy variables y con humedad constante, existe una fauna muy rica y variada. Entre los insectos hay que citar una de las mariposas más bellas de Europa, la "Graellsia isabelae"; entre los anfibios, el tritón pirenaico, y entre los reptiles, el lagarto verde. Las rapaces están ampliamente representadas, destacando el quebrantahuesos, objeto en la actualidad de un plan de recuperación. En todos los ríos abundan las truchas, donde también encontramos el desmán de los Pirineos y la nutria. Merece especial mención la cabra montés, aquí llamada bucardo, único representante de esta subespecie, en competencia con el ágil sarrio.

Flora
La flora del Parque Nacional es muy rica, debido, entre otras causas a la gran diferencia de altitudes y a la evolución geológica de las glaciaciones. En los valles encontramos, principalmente, el pino silvestre, la haya y el abeto. En Ordesa, frío y húmedo, dominan los hayedos; en Pineta, más árido, los pinares y, en Añisclo y Escuaín, el bosque es submediterráneo, compuesto por encinas y quejigos en las partes altas y hayas, abetos y tejos en las partes bajas. Por encima de los 2.000 metros, la vegetación existente es herbácea y destacan las festucas, los tréboles alpinos y la flor de las nieves, conocida como edelweiss.

Problemática de conservación
Las razones que motivaron la declaración de Parque Natural fueron la conservación intacta de su paisaje, evitando la desaparición de los bucardos. Por otra parte, el aprovechamiento ganadero durante unos meses al año, en las praderas del Circo de Soaso, en la cabecera del Valle, constituía una huella de actividad humana que la ley no consideraba oportuno proteger, razón por la cual dicha zona quedó excluida del Parque Nacional.

Pasaron décadas sin que ni la pequeña extensión del territorio protegido, ni sus raquíticas y trasnochadas normas de protección fueran reconsideradas. En 1966 fue declarada la Reserva Nacional de Caza de Viñamala -que abarcaba 49.230 hectáreas e incluía al Parque Nacional y las montañas occidentales hasta el río Gállego- y, en 1977, la UNESCO aceptó nominar Reserva de la Biosfera al territorio de la Reserva de Caza. Ninguna de las dos figuras conllevaba norma alguna de protección, si bien el Estado se comprometía a desarrollar en su ámbito medidas para su conservación.

Tras diez años de presiones y expedientes desde ámbitos científicos, conservacionistas y excursionistas, el 30 de julio de 1982 apareció en el B.O.E. la ley que multiplicó por siete su superficie y cambió su nombre por el de Ordesa y Monte Perdido. Al ser ampliado el Parque Nacional, quedaron prohibidas en su seno algunas actividades humanas, tales como la caza y la extracción de madera, leña y setas. Se mantuvo el aprovechamiento ganadero, actividad integrada desde antaño en el equilibrio ecológico del territorio.

Ascensión al Monte Perdido
Resulta ya habitual comenzar la ascensión al Monte Perdido (3.355 m) desde su ladera occidental, donde se halla situado el refugio Delgado Úbeda de Góriz. El camino discurre en todo momento por el llamado Barranco de Góriz, con el torrente siempre a la izquierda. Alcanzado el Lago Helado, a 3.000 metros, el sendero lo bordea girando al sureste y ascendiendo ya directamente a la cumbre sobre los depósitos de piedras acumulados al borde del cantil. Las cumbres hermanas forman un conjunto de perspectivas indescriptibles y sobrecogedoras, que se divisan en los escasos días benignos de que goza la cumbre.

Patrimonio geológico
Ordesa es un formidable ejemplo de valle glaciar cuaternario, con típica forma en "U" y una serie de forjas y cornisas que delatan la acción del hielo y de la nieve. La desaparición del hielo tras la última glaciación -hace unos 10.000 años- ha hecho que sea la acción fluvial del río Arazar la que remodele el valle. Un recorrido por el mismo, al menos hasta la zona del circo de Soaso, nos permitirá ver, además de los impresionantes escarpes calizos de edad cretácica, toda una serie de cascadas y graderías.

Los territorios del parque son muy complejos tectónicamente. Forman parte de las Sierras Interiores, conformando un amplio mando de deslizamiento hacia el sur. Existe un buen número de pliegues tumbados que, según los cortes, pueden dar la falsa impresión de estar ante series subhorizontales poco alteradas por los esfuerzos tectónicos de la orogenia alpina, la generadora de los principales relieves del Pirineo.

Relativamente cerca, y dentro del entorno del parque, tenemos magníficos ejemplos visitables de desfiladeros fluviales en el cañón de Añisclo y las gargantas de Escuaín.

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