domingo, 6 de enero de 2008

Viajar a Monastir, una invitación al descubrimiento

encuentra un rincón de ensueño llamado Monastir, todo un oasis marítimo con inmensas playas de blanca arena, aguas de color turquesa y un cielo azul. Una ciudad tunecina que guarda toda la esencia árabe, pero con una adaptación a los nuevos tiempos y al grueso de turistas que acuden cada año a este oasis de ensueño.


La seducción de Monastir no es poca. Y es que este paraje tunecino es toda una invitación al viaje, al descubrimiento de sus vastas extensiones de playas doradas, de sus panoramas capaces de cortar la respiración, y con un paisaje de fondo de fascinante belleza e infinitos contrastes.
En cualquier época del año, Monastir ofrece sus mejores playas en todo su esplendor; pero también ofrece sus maravillosos paisajes naturales con toda una feria de colores. Así, entre su flora más excepcional, cabe destacar los verdes matizados de los tamarices, de los áloes, olivos y chumberas; los reflejos dorados de las buganvillas, el púrpura de los hibiscus, el azulado de los geranios o las notas blancas de los jazmines. Toda una paleta admirable de colorido.

Monastir viene a ser una ciudad de contrastes, un microcosmos de la propia Túnez, un país que no puede dar la espalda a su esplendoroso pasado, pero a la vez de un modernismo que se unen en una feliz y atractiva simbiosis. Así, centros neurálgicos de Monastir, como el viejo barrio de Chraga, ha sido completamente restaurado y se ha abierto una avenida plagada de terrazas y bares donde se puede degustar el típico té a la menta o los refinamientos de la cocina tunecina. Un barrio que se ha convertido en el corazón latente de Monastir.

Una ciudad de palmeras, tradiciones y mezquitas, pero también de lujosos complejos que se alinean a lo largo de la costa de Dkhila, de Skanes; o de su aeropuerto internacional Aviv Bourguiba, el nuevo puerto deportivo, el palacio de congresos, la excelente red de carreteras, la línea de metro o el importante centro universitario. Una ciudad que combina lo mejor de su pasado, con lo innovador y práctico del presente.

Importancia del pasado
De Monastir hay un pasado espléndido, cuya relevancia y peso histórica reluce con la edificación de un Ribat, en el siglo VIII, un monasterio concebido también como retiro místico y como fortificación militar. Pero la edad de oro de Monastir vendría en el siglo XI, cuando Kairouan perdió su rango como capital de los Fatimidas.

Y de más atrás quedan vestigios de las murallas romanas, de cuando Monastir era llamada Rous Penna y que se consolidó como cabeza de puente durante la campaña africana de Julio César.

Además de la belleza del Ribat, también en Monastir residen mezquitas de enrome belleza. Así, la Zaouia de Saïda es una mezquita funeraria enclavado en un Ribat ya desaparecido. De más reciente construcción es la mezquita de Bourguiba, de 1963, con una decoración muy cuidada donde se muestra una hermosa arquitectura y arte tradicional.

Por las calles de la medina se evoca también la nostalgia del antiguo Monastir de las doce puertas. Callejuelas tortuosas, de pasajes abovedados y callejones de agudo color y de olores intensos, todo un murmullo de actividad. Por doquier están las alfombras, curioso manjar de turistas, así como las joyas y los bailes tradicionales, pero también los son los platos típicos al son de las danzas de beduinas u orientales al ritmo de las orquestas tunecinas.

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